contradicción

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miércoles, 15 de septiembre de 2021

Esto sigue siendo El Salvador

Es la tierra de la organización campesina, la tierra bañada con la sangre de masacres que no pudieron detener el espíritu de resistencia de aquellos y aquellas que siguieron alzándose contra la opresión, a pesar de todo. Es la tierra del profeta.

Esto sigue siendo El Salvador. 

Es fácil creer que podés tener a la gente dormida cuando venís de ganar una elección con amplia ventaja, cuando creás y controlás medios para saturar con tu mensaje a todo el país, cuando controlás diputados serviles y cuando te mostrás desafiante ante rivales políticos obviamente podridos. Es fácil creer que la gente aceptará todo lo que hagás, cuando dejás de escuchar a esa misma gente y te tragás las alabanzas de lamebotas en tu entorno cercano. 

Pero si las multitudinarias marchas del día de hoy, 15 de septiembre del 21, el día del tan esperado bicentenario, son un indicativo del sentir y pensar real del pueblo, no podés seguir engañándote con que tu "irreverencia" y tu discurso confrontativo serán suficientes para neutralizar el movimiento social que ya ha empezado a organizarse y que puede estallar en cualquier momento si no se cambia el rumbo. 

El problema, claro está, es que tenemos un presidente de gorra hacia atrás, que no soporta ni la más mínima crítica, que no da entrevistas serias a periodistas serios, que juega en twitter con políticas monetarias y que, a todas luces, quiere instalarse como dictador lo más pronto posible. Un niño de estas características difícilmente escuchará razones o querrá dejar de lado sus caprichos. 

Además, la rapidez en la implementación de las políticas más graves: militarización, bitcoin y reelección presidencial, solamente pueden indicar una desesperación y deseo férreo por no perder el poder, por reconfigurar todo el sistema lo más pronto posible para adelantarse al descontento social, antes de que este sea lo suficientemente fuerte para impedir la dictadura.

Todo esto significa, muy probablemente, muy terriblemente, que nos enfilamos a una amarga resistencia y no necesariamente al final de un régimen que no alcanzó nunca a concretarse. Esto es ser quizá muy pesimista, pero también realista. 

Con todo y todo, que no se le olvide a los políticos y especialmente al presidente bukele: esto sigue siendo El Salvador. Tuvimos guerra porque la gente se hartó de la opresión y se levantó, si ha habido poco movimiento social desde entonces es porque nadie quiere repetirla, pero la tolerancia al autoritarismo tiene un límite; ha sido en este país donde la brutalidad se ha estrellado contra la resistencia inquebrantable de los humildes; donde la barbarie no pudo detener las ideas y mucho menos socavar la voluntad de su pueblo, que quiere la paz, que quiere la democracia.

La gente se está hartando. No podés provocar y violentar tanto a este país y salirte con la tuya para siempre.

Eso sigue siendo El Salvador.

lunes, 6 de septiembre de 2021

Vacío bicentenario para El Salvador

 ¿Y qué vamos a celebrar? ¿El traspaso del dominio español a un grupo reducido de criollos y su descendencia? ¿Que ahora rendimos cuentas políticas, sociales, económicas, y hasta culturales a una élite que gobierna desde las sombras, pero ya no a un país europeo? ¿Que por doscientos años hemos repetido los patrones de conquista y opresión entre nosotros mientras bañamos la tierra con la sangre y el sudor de los más desfavorecidos?

Esto es lo que vamos a celebrar: la dicha de tener a un pequeño grupo de dominadores que deciden, de forma casi omnipotente, qué es y qué no es este país. La felicidad que proviene de saber que, político tras político, gobierno tras gobierno, las cosas nunca cambian; que las verdaderas intenciones siempre son tener a la población agachada y produciendo hasta la eternidad, todo con tal de mantener llenas las tripas de esos gobiernos y de las élites detrás de ellos.

Cuando suenen los cohetes, cuando veamos los desfiles, cuando aparezcan las sonrisas y discursos artificiales de nuestros líderes, sabremos que estamos celebrando su alegría, su satisfacción por estar entre la clase dominante (llegados a ella por manipulaciones, conexiones afortunadas, extorsiones, sobornos, engaños o por pura suerte) y su alivio de no formar parte de los dominados, de ser superiores, de tener el favor de su propio dios militar-financiero.

Vamos a celebrar que, después de una guerra salvaje, después de la persecución indiscriminada de cualquier voz crítica, después de las torturas despiadadas y después de las horrorosas masacres con las que pagamos el precio de una democracia apenas; ahora estamos dispuestos a intercambiar esa democracia por una dorada moneda que no existe, por la ilusión de una nueva clase política compuesta por los mismos políticos hipócritas, por una fe mal puesta en un mesías tan falso como su nariz.

Celebraremos que, si hay voces críticas, serán aplastadas con burlas poco inteligentes de no más de 280 caracteres o fuerza policial desmedida, según el ánimo del dictador; porque no pueden ser voces sensatas si no repiten el discurso del culto o si cuestionan el progreso evidente de un país que básicamente ha logrado ya un puesto en el primer mundo.

Tendremos un día de la independencia lleno de contrastes y contradicciones. Recibiremos mensajes de optimismo y hermandad por la tan anhelada unión entre salvadoreños/as que finalmente tenemos, así como mensajes de odio y desprecio para todos aquellos que no comulguen con la opinión oficial. Será un día triste, en realidad, porque mientras los políticos muestran orgullosos sonrisas amplias y alaban el ambiente festivo y pacífico del país, muchas familias seguirán llorando a sus asesinados ¡perdón! a sus “desaparecidos”, seguirán bajo el yugo asfixiante de las maras y se verán obligados a tentar el destino a través de un desierto de muerte hacia el norte.

Y así, si no cambiamos el rumbo, celebraremos que El Salvador cruzará el umbral de los doscientos años, que pasará a una reluciente nueva era -como nunca antes hemos visto- en la que la definición y aplicación de la justicia dependa de las directrices infalibles del gobierno; en la que la sociedad estará contenta y progresando en las imágenes de los noticieros oficiales, aunque se encuentre en la miseria y desesperando en la realidad; una era en la que disentir sea una sentencia de muerte y los lamentos del pueblo suban hasta el cielo cada vez más tumultuosos…

Jap