contradicción

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jueves, 29 de agosto de 2013

La tregua con los militares y la amnistía para las maras



Ahora que estamos por iniciar el mes cívico, será inevitable que las festividades de independencia y los comerciales, principalmente aquellos con sonrisas artificiales de políticos en contienda, nos recuerden, o nos quieran convencer a la fuerza, de todas aquellas cosas bonitas que representan el ser salvadoreño. Así, escucharemos sobre la tenacidad de nuestra raza, sobre cómo somos los más trabajadores en el mundo entero ((qué nos ves, China?)), sobre nuestra cálida personalidad o sobre la valentía de la que hacemos gala ante la adversidad. Todas frases hechas. 

Frases que, además, cualquier otro país puede también reclamar como suyas.

Al margen de si estas “señas de identidad” son ciertas, nuestras o no, el punto es que seremos bombardeados por toneladas de mensajes positivos cuyo mayor objetivo será que nos sintamos bien con nosotros mismos y con la forma en que llevamos esta sociedad. Todo un mes para darnos palmaditas en la espalda.

Sin embargo, a la luz de las últimas noticias sobre el coronel Montano y su reciente condena, creo conveniente resaltar una característica muy nuestra, y muy negativa, que definitivamente no deberíamos ignorar, sepultada bajo todas esas pretensiones patrióticas: El Salvador desprecia la justicia.

No se trata de decir que el salvadoreño promedio desprecie la justicia en sí, esto más bien va con dedicatoria a las autoridades salvadoreñas y a circunstancias muy específicas que demuestran el miserable concepto de justicia con el que vivimos desde hace mucho tiempo. Pero sí, en la medida en que el salvadoreño promedio se conforma con este concepto y no hace nada, contribuye un poco a ese desprecio.

Me refiero concretamente a dos situaciones que bien podrían verse en un espejo: La tregua con las maras y el perdón a los ex militares, aquellos acusados de violación a los derechos humanos.

Por un lado, tenemos a un grupo de criminales cuyos actos de violencia sobrepasan los límites de la crueldad humana, pero ante los cuales el estado se ha dejado torcer el brazo porque sencillamente no puede contra ellos. Y en esas circunstancias, se convierte más bien en un cómplice que les concede trato especial con tal de no alterar el débil equilibrio en el que cree sostener su así llamada “paz”.

Por el otro lado, tenemos a un grupo de…

“Caramba! ¡Qué coincidencia!”




¿Cómo podemos aceptar un país en el que las autoridades vuelan para juzgar a unos futbolistas corruptos, pero se niegan a extraditar a acusados formales de crímenes contra la humanidad y que, además, se sientan a negociar mejores condiciones de vida para terroristas reconocidos?

Es un desprecio descarado a la justicia.

Esa es nuestra característica y defecto más profundo: nos olvidamos del dolor de las víctimas ((mientras no seamos nosotros mismos, claro)), y tratamos de seguir adelante como si nada porque tenemos un miedo terrible de que algún intento de justicia “moleste” a cualquiera de esos dos bandos. Y cualquiera de esos dos bandos parece tener suficiente poder para poner de rodillas al país: uno podría acudir a poderes ocultos y regresarnos a tiempos combativos,  y el otro a sus peores andadas y regresarnos a  estadísticas inconvenientes.

Unos lo justifican por creer que tenemos una paz tan frágil que se romperá con la menor vibración, pero si esto pasara, ¿Es paz realmente? Otros se convencen de que hay que perdonar lo que sea con tal de que nos concedan la gracia de la “estabilidad”. ¡Pero eso es tener la peor autoestima que se pueda tener como país! Es pensar que los salvadoreños no valemos lo suficiente como para merecer una verdadera vida pacífica y que debemos conformarnos con esas migajas de calma que nos quieran arrojar.

Así no se construye una sociedad. Al menos no una sociedad sana.

Y mientras vivamos presos de esos miedos, o cegados por nuestras mismas ideologías, y dejemos que el estado siga aplicando una justicia tan deforme, una justicia tan injusta, de nada valdrá que de verdad seamos tenaces, trabajadores, cálidos, valientes, etc. No solo porque nada de eso significa mayor cosa si tenemos el vergonzoso defecto de la injusticia; sino también porque seguiremos encadenados a una violencia que nosotros mismos alimentamos, que jamás dejará de crecer y que golpeará con más fuerza cuando menos lo esperemos.


Jap

viernes, 23 de agosto de 2013

Preguntas sobre la selecta "amañada"




Una de las más grandes razones por la que este mi país, El Salvador, es tan único, es porque uno nunca sabe en qué situación extraordinaria va a despertar al siguiente día. Desde hace un par de semanas, la nota principal, el chicle más mascado, el escándalo más publicitado ha sido la sospecha de que jugadores de la selección nacional de fútbol se dejaron sobornar para perder ciertos partidos a propósito. La prensa y ahora el resto del país llaman a esto "amaño" de partidos, no sé si porque así suena menos despectivo y, pues sí, mala onda con los pobres bichos; o si, por el contrario, suena más vulgar que la palabra soborno y o sea, desgraciados traidores.

Ante estas circunstancias, me han surgido un par de preguntas retóricas:

 1) Dada la  vocación natural de la selecta de perder todos sus partidos... ¿Para qué pagar porque pierdan si siempre lo hacen? 

2) Sí, sí... el mundo de las apuestas y todo, pero hey, ¿Cuánto pueden ganar con eso si nadie nunca apuesta a que El Salvador vaya a ganar? 

3) Es más! ¿A qué mente desobligada se le ocurre apostar en los partidos que juega El Salvador?  ((Si usted hace esto o lo del punto anterior, mis disculpas! Y mis más sinceros deseos de que este año santa claus le deje un balón de oro)) 

4) Todo el país se siente decepcionado de la selecta, como bien lo evidencian los comentarios en las noticias o los pedidos para boicotear su facebook pero... ¿No estamos ya acostumbrados a que la selecta nos decepcione? ¿No deberíamos alegrarnos un poco al pensar que, quizá, tal vez, quién sabe, nuestra selección sea mejor de lo que parece y siempre pierde a propósito? Eso nos daría la esperanza de que, si dejan de aceptar sobornos, es posible que empiecen a ganar partidos! ¿Verdad? ¿Verdad...? ...

Finalmente, no puedo dejar de sorprenderme de la rapidez con que ha reaccionado la fiscalía general de la república. De acuerdo con reportes de los periódicos nacionales, apenas un día después de conocerse el listado de los jugadores sospechosos de soborno, la policía allanó sus viviendas en busca de evidencia en contra de semejantes criminales de tan alto nivel. 


Es decir, sí, yo entiendo que le han roto el corazón a todo el país, que jugaron con las esperanzas y sueños de tanto  salvadoreño, que les valió un comino el honor ante la tentación de quién sabe cuánto dinero... pero, ((¿No hacen lo mismo los políticos?)) ¿Cómo es posible que un delito como este genere una reacción tan inmediata mientras en el resto del país la justicia se mueve tan lento para investigar a violadores, asesinos, chantajistas, etc? ¿Es por el propio fútbol? ¿El salvadoreño puede aguantar todo menos la traición de su selección? En verdad este es un país único.

Jap