Tendría yo cosa de unos 6 ó 7 años, cuando, jugando con mis amigos de infancia, vi cómo uno de ellos corría y se tropezaba hasta caer con poca gracia en el suelo, lo que –quizá paradójicamente- a mí sí me causó mucha gracia, la suficiente como para ponerme a reír ahí mismo, frente a mi pobre amigo doliente. A quién no le causó pero ni la más mínima gracia fue a mi progenitora, quien -haciendo gala de la omnipresencia natural de las madres- se encontraba cerca de ahí para observarlo todo.
No con demasiada delicadeza,
me tomó del brazo, me llevó un poco aparte y me dio una regañada estilo 80’s.
Me hizo ver, con lujo de enfado, que no era bueno burlarse de los demás y que
era mucho peor si me estaba mofando de la desgracia ajena. Hizo un par de
reiteraciones más al respecto –mi madre ama las reiteraciones- y con un “Se me
va ya para la casa” acabó con mi tarde de juegos.
Varios años después, sentí
la crueldad en carne propia cuando reprobé un año en la escuela y muchos de mis
“amiguitos” de curso, que sí pasaron, se dieron gusto burlándose de mí. Se
siente muy feo. La mayoría de ellos debieron aprender esa lección, cuando, poco
a poco, cada uno de ellos fueron reprobando hasta compartir nuevamente el salón
de clase conmigo.
La vida, en ese sentido, se puede
encargar múltiples veces de ponernos a todos en esa posición. Además, en la
medida en la que uno madura y el sentido común se desarrolla, se comprende la
bajeza de reírse del mal ajeno.
Por eso resulta no solo
sorprendente, sino también chocante, que haya personas que, a sabiendas de que
la tragedia acababa de tocar la vida del ahora expresidente Funes, no se hayan contenido
ni siquiera un poco en sus manifestaciones de alegría destinadas a “celebrar”
el final del gobierno saliente.
Es decir, yo puedo entender la
inconformidad que alguien pueda tener por un gobierno que no cumplió sus
expectativas; o el enfado que alguien pueda sentir por un presidente cuya personalidad
no le pareció nada bien; incluso, puedo entender que alguien sienta hasta rencor
por la figura de un mandatario a quien considera negativo o hasta “enemigo”
ideológico, o porque haya afectado directamente algún aspecto importante de sus
intereses.
Todo eso es comprensible.
Iría más lejos y diría que también puedo entender que todas esas personas
decidan armar una fiesta a lo grande porque el objeto de sus rencores
finalmente dejará de ser su presidente, aunque semejante derroche y desplante
no haga más que demostrar la importancia que le dan a Funes ((nadie hace tanta
cosa sino posee sentimientos fuertes por esa persona)).
Lo que no entiendo es cómo
un adulto normal, con algo de clase, con un poquito de sensibilidad y con al
menos un atisbo de empatía humana, opte por entregarse completo a sus desplantes
más irrespetuosos y despectivos, y que
pase por encima de cualquier consideración por un adversario que, aún con ser
adversario, acababa de sufrir una pérdida que todos sentiríamos intensamente:
el fallecimiento de mamá.
Perder a la madre no es un
dolor cualquiera. No es una tragedia cualquiera. Y no creo que sea imposible
guardar un mínimo de respeto ante una situación como esa. Hay que ser
verdaderamente ruin para actuar con tal desprecio frente al dolor de otros. Es
prácticamente decir “Me burlo del dolor ajeno”.
Y si debían demostrar su
bajeza, y si se estaban muriendo de las ganas por desplegar las miserias de su
corazón ¿Debían hacerlo hasta el punto de pasar con exceso de ruido, de burla y
de algarabía malsana por el mismo hospital donde Funes acababa de ver a su
madre cerrar para siempre sus ojos? ¿Era eso necesario? No.
Señores, no fueron “graciositos”,
no fueron “espontáneos”, no fueron “irreverentes”. Fueron viles. Felicidades.
Luego de pensar mucho cómo
es posible que alguien normal pierda de esa forma la sensibilidad, solo he podido
llegar a dos conclusiones: Uno, que todas estas personas no tienen madre, y por
eso no comprenden. O que la tuvieron, pero ella nunca les jaló del brazo para enseñarles que no está nada bien burlarse de la pena de otros.
O dos: que están llenos de
una tremenda soberbia ((irónico porque de eso justamente acusan a Funes todo el
tiempo)) y la vida todavía no los ha puesto en esa posición de ser la víctima de burlas crueles. Quizá, si reflexionan un poco, puedan ver lo oscura que están poniendo su alma y eviten que sea la misma vida la que
les dé esa la lección que todavía no han aprendido y que tanto están
necesitando.
Jap