Conozco una calle horrible de transitar: está llena de polvo, piedras y basura. Cada metro que se avanza en esa calle es un metro de tortura en el que hay que rogar a los cielos porque los amortigüadores aguanten, las llantas no estallen y el carro no se vaya a quedar. En algunos lugares hay parches de cemento en los que, por lo menos por un momento, el pobre vehículo deja de sufrir, pero estos parches son muy pocos y muy separados entre sí.
Es
una calle por la que nadie quisiera pasar, pero inevitablemente llega el
momento en el que hay que hacerlo y… ¡Ni modo! Se bajan cuarenta santos, se
apretujan con todo y aureola en el asiento de atrás, se respira hondo y se
avanza en primera a velocidad de “aguantá, carrito, aguantá”.
Algo
así es el sistema de justicia salvadoreño.
En
estas últimas semanas el país ha visto como algunas figuras prominentes, un par
de expresidentes y un ex fiscal, han sido acusados formalmente por la fiscalía
de la república, una situación que casi
se podría considerar sin precedentes de no haber sido por el proceso similar
que se le realizó al expresidente Flores en su momento. De todos modos,
marcaría un hecho histórico si alguna de estas nuevas acusaciones prosperara y
se lograra la condena de alguno de los imputados.
Si
se hace de forma correcta, si se hace a la luz de pruebas fehacientes y si se
hace con toda transparencia, sería tremendamente positivo para el país. Sería
un golpe largamente esperado contra la corrupción y la impunidad.
Pero,
como dije antes, el sistema salvadoreño es muy similar a esa calle horrible: esto
pareciera ser uno de esos pequeños parches de cemento en un mar de piedras y
baches, porque mientras la fiscalía hace todo el trabajo de persecución de las
figuras ya mencionadas, los magistrados de la Corte Suprema de Justicia liberan
sin problema a los militares involucrados en el caso de los jesuitas.
¿Vamos
a hacer justicia igual para todos o con distinciones? ¿Estamos acaso persiguiendo
opositores políticos mientras se liberan amigos poderosos?
El
mayor problema con esto no es que el sistema no pueda declarar inocente a un
determinado imputado ¡Sería igual de malo si no lo hiciera! El problema es que estos militares
no enfrentan todavía un juicio que ya deben desde hace dos décadas, a pesar de
tener una orden de captura y extradición internacional y que la misma
derogación de la ley de amnistía ha eliminado una protección que nunca debieron
tener.
Quizá
otro parche positivo del sistema pueda ser que hay al menos un militar todavía
detenido, pero sigue sin ser suficiente para pensar que habrá verdadera
justicia en este proceso en particular, por lo que el futuro es sombrío para
otros casos similares.
Si
El Salvador va a superar alguna vez sus deficiencias en materia de justicia, no
puede hacerlo juzgando a unos e ignorando a otros que también merecen ser sometidos a juicio. No
debería haber distinciones de ideología política, estatus social o posición
económica.
Pero
para desgracia de todos los que vivimos en este pequeño país sufriente, el
sistema de justicia por el que transitamos es demasiado similar a esa calle llena
de piedras: Funciona solo en cortos pedazos, es horrible, y pareciera que los
únicos obligados a pasar por ella constantemente son aquellos con carritos humildes;
a los de carros más lujosos no les preocupa porque rara vez conducen por esa
zona, y si lo hacen, no les afecta demasiado porque sus vehículos vienen
equipados con esas poderosas llantas enormes y esos imbatibles amortigüadores
de última generación que resisten todo. Evidentemente han comprado la más
perfecta protección.
Jap
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